martes, mayo 29, 2007
miércoles, mayo 09, 2007
ACARREOS
Mi amor no se muda. Sor Juana Inés de la Cruz
Llevo un mes de mudanza. Un domingo empecé a levantar la tapa de hojalata azul del tarro de los recuerdos. Cuando termine salió un olor - difícil de describir, olía a papel y a flor seca, y a cartón, y a tinta y a mí, pero con perfume a neftalina. Saqué todo, vi todas las fotos, leí algunas de las cartas, volví sobre todos los recuerdos y al final de la noche me acosté con una sonrisa en la cara.
También se ríe, se sufre y se llora. Cuando se tiene a un ser que se adora. Celia Cruz con la Sonora Matancera.
D. llegó, se midió los zapatos negros de falla y tacón corrido. Leyó algunas de las postales que me escribió desde Paris -10 años antes, cuando yo me estaba separando-, leyó algunas de las cartas que A. me mandó desde distintos lugares del mundo, leyó una carta que R. me escribió y lloró. Yo de verla también llore.
El primer trasteo del que me acuerdo fue de improviso. Eran como las 5 de la tarde, yo había salido del colegio y tenia el uniforme cansado, mi mamá estaba de mal genio, había trancon en la autopista. Mi mamá prendió el radio y oyó una noticia que la puso muy nerviosa. No supo que hacer, ahora me parece que sufrió demencia temporal, aceleró y se estrelló contra el carro de adelante, estábamos en la camioneta FIAT, yo pensé que mi mamá era muy torpe para manejar. Esa noche llegamos a la casa de Chia, empacamos ropa y la virgencita de mi primera comunión. Nos abrazamos y lloramos hasta que nos quedamos dormidas.
Al otro día no volvimos, no volví a ver a los perros, ni a O. -mi nana. No volví a ver a mi papá sino los domingos cada 15 días, en el día de visita. Me tenía que poner falda, eso me gustaba, pero la falda no podía tener dobladillo, eso no me gustaba, me tocaba hacer fila, eso me gustaba, porque todas las mujeres se hacían amigas y se contaban las historias de los crímenes o delitos de sus queridos. Había muchas rejas, eso no me gustaba.
El segundo fue cuando mis papas se separaron. Un día llegó un camión inmenso de Trasteos Rojas nosotras nos llevamos exactamente la mitad de la casa: un sofá si- el otro no, una cama si -la otra no, un cuadro si- el otro no, nos llevamos la vajilla elegante y nos toco comprar una que me parecía horrible, ya no me parece tanto. Es de marca Corelle, y se puede meter al microondas. Ahora me gusta.
El tercero fue a una casa propia, La casa de Santa Ana. Mi mamá y yo nos pasábamos a un espacio seguro, sólo para las dos. Nos íbamos de la casa de mi tía, donde no me dejaban comer lo que yo quería, donde no podía hacer ruido, donde tocaba andar en medias para no rayar el piso, donde estaban mis primos que me molestaban y me consentían, allá empecé a leer, nadie me hablaba, todos leían. F. me regalo un libro. Me acuerdo que cuando nos entregaron la casa me bote en el tapete le enterré las uñas y se me enredaron las emociones. Me sentí segura, orgullosa de mi mamá e inmensamente triste.
El cuarto fue cuando me iba a casar, ese fue muy emocionante, yo estaba feliz. Pinte las paredes del mini apartamento y el día antes de la gran boda, N. me prestó el carro para llevar unas cosas. Yo iba por la circunvalar y vi un carro blanco muy bonito, me puse a pensar que tal estrellarse con ese carro y me estrellé con el carro que tenia enfrente. Me partí el tercer metacarpiano de la mano derecha.
El quinto fue cuando yo me separe. Desde hacia un mes no vivía con N. Llegue con un camión más chiquito que el de Trasteos Rojas y me lleve más de la mitad de las cosas. Nada me gustaba pero me lleve todo, ese fue el trato que firmamos en una notaria a la que llegamos cogidos de la mano y de la que salimos abrazados a llorar en la banca de un parque en la soledad. Por esa época L. me mandó una postal de un gato con este poema:
Todo termina
Los viajes y el amor
Nada termina
Ni viajes ni amor ni olvido ni avidez
Todo despierta nuevamente con la tensión mortal de la bestia que acecha en el sol de su instinto.
Todo fulgura como unos labios lavados por el diluvio
Y queda atrás…
Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan. Enrique Molina.
Llevo un mes de mudanza. Un domingo empecé a levantar la tapa de hojalata azul del tarro de los recuerdos. Cuando termine salió un olor - difícil de describir, olía a papel y a flor seca, y a cartón, y a tinta y a mí, pero con perfume a neftalina. Saqué todo, vi todas las fotos, leí algunas de las cartas, volví sobre todos los recuerdos y al final de la noche me acosté con una sonrisa en la cara.
También se ríe, se sufre y se llora. Cuando se tiene a un ser que se adora. Celia Cruz con la Sonora Matancera.
D. llegó, se midió los zapatos negros de falla y tacón corrido. Leyó algunas de las postales que me escribió desde Paris -10 años antes, cuando yo me estaba separando-, leyó algunas de las cartas que A. me mandó desde distintos lugares del mundo, leyó una carta que R. me escribió y lloró. Yo de verla también llore.
El primer trasteo del que me acuerdo fue de improviso. Eran como las 5 de la tarde, yo había salido del colegio y tenia el uniforme cansado, mi mamá estaba de mal genio, había trancon en la autopista. Mi mamá prendió el radio y oyó una noticia que la puso muy nerviosa. No supo que hacer, ahora me parece que sufrió demencia temporal, aceleró y se estrelló contra el carro de adelante, estábamos en la camioneta FIAT, yo pensé que mi mamá era muy torpe para manejar. Esa noche llegamos a la casa de Chia, empacamos ropa y la virgencita de mi primera comunión. Nos abrazamos y lloramos hasta que nos quedamos dormidas.
Al otro día no volvimos, no volví a ver a los perros, ni a O. -mi nana. No volví a ver a mi papá sino los domingos cada 15 días, en el día de visita. Me tenía que poner falda, eso me gustaba, pero la falda no podía tener dobladillo, eso no me gustaba, me tocaba hacer fila, eso me gustaba, porque todas las mujeres se hacían amigas y se contaban las historias de los crímenes o delitos de sus queridos. Había muchas rejas, eso no me gustaba.
El segundo fue cuando mis papas se separaron. Un día llegó un camión inmenso de Trasteos Rojas nosotras nos llevamos exactamente la mitad de la casa: un sofá si- el otro no, una cama si -la otra no, un cuadro si- el otro no, nos llevamos la vajilla elegante y nos toco comprar una que me parecía horrible, ya no me parece tanto. Es de marca Corelle, y se puede meter al microondas. Ahora me gusta.
El tercero fue a una casa propia, La casa de Santa Ana. Mi mamá y yo nos pasábamos a un espacio seguro, sólo para las dos. Nos íbamos de la casa de mi tía, donde no me dejaban comer lo que yo quería, donde no podía hacer ruido, donde tocaba andar en medias para no rayar el piso, donde estaban mis primos que me molestaban y me consentían, allá empecé a leer, nadie me hablaba, todos leían. F. me regalo un libro. Me acuerdo que cuando nos entregaron la casa me bote en el tapete le enterré las uñas y se me enredaron las emociones. Me sentí segura, orgullosa de mi mamá e inmensamente triste.
El cuarto fue cuando me iba a casar, ese fue muy emocionante, yo estaba feliz. Pinte las paredes del mini apartamento y el día antes de la gran boda, N. me prestó el carro para llevar unas cosas. Yo iba por la circunvalar y vi un carro blanco muy bonito, me puse a pensar que tal estrellarse con ese carro y me estrellé con el carro que tenia enfrente. Me partí el tercer metacarpiano de la mano derecha.
El quinto fue cuando yo me separe. Desde hacia un mes no vivía con N. Llegue con un camión más chiquito que el de Trasteos Rojas y me lleve más de la mitad de las cosas. Nada me gustaba pero me lleve todo, ese fue el trato que firmamos en una notaria a la que llegamos cogidos de la mano y de la que salimos abrazados a llorar en la banca de un parque en la soledad. Por esa época L. me mandó una postal de un gato con este poema:
Todo termina
Los viajes y el amor
Nada termina
Ni viajes ni amor ni olvido ni avidez
Todo despierta nuevamente con la tensión mortal de la bestia que acecha en el sol de su instinto.
Todo fulgura como unos labios lavados por el diluvio
Y queda atrás…
Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan. Enrique Molina.
***
Macarena Mon Amour le decíamos el apartamento donde vivíamos mis amigas y yo. Ese fue el sexto trasteo. Primero K. se fue para Londres, luego M. se fue para donde su mamá, luego yo volví a Santa Ana, la ultima en salir fue D. que se fue para donde la abuela Emilia. Mientras las tres nos íbamos D. había vuelto a llenar el apartamento con las cosas que tenía en su cuarto, ¿donde tenia tantas cosas? me acuerdo de un oso de peluche lleno de ácaros con la cabeza descocida. Se lo mostré para saber si lo podía botar. Ella me lo pidió sin decir nada, lo intento componer un poco, como una mamá arreglando el uniforme de su hijo antes de salir para el kinder, con desden me lo devolvió y me pidió que lo botara. Nos tomamos una botella de champaña y durante toda la noche nos disfrazamos, nos tomamos fotos. Nos despertamos con dolor de cabeza y fuimos hasta la soledad a dejar todo en los depósitos de un edificio viejo.
La séptima vez que me mude fue para el apartamento de la 53, para mi sola. Por las mañanas entraba un azul acido por la ventana. Después de un tiempo pude comprar la nevera, me costó seiscientos mil pesos, era Centrales No Frost, el ruido era una fría compañía.
El Octavo fue para la casita de chapinero. Un día pase con F. por la calle de enfrente, él señaló la puerta del garaje y me dijo que en el fondo habia un apartamento como para mi. Dijo que era para mí porque yo era hippie. Anoté el teléfono y me puse una cita con un señor que trabaja para la inmobiliaria Eduardo Peña e Hijos Ltda. Nunca llegó.
Mientras estaba sentada esperándolo salió P. -la vecina, me miro y me preguntó si quería alquilar el apartamento de Hanna, yo dije que si -sin saber si era de Hanna- y me dijo que era perfecto para mi. Lleve los papeles, firme un contrato de alquiler por un año y me mude con el trasteo detrás de mí en un camión. Todos decían que era para mí.
Ahí viví hasta hace un mes, ayer terminé de trastear. Mi papá se llevó los muebles de él, y le tome fotos a casi todas las cosas que ya no tengo. Hice una venta de garaje que tuvo solo un cliente.
Lo primero que vendí fue el baúl que compré para guardar mi ajuar, lo segundo fue el cuadro de Paris que N. me regaló con la promesa de que iríamos juntos, lo tercero la bicicleta, lo cuarto -a pesar de R.- fueron el pinocho y el muñeco tailandés. Vendí mis libros porque ya los leí y el resto lo regale.
Sin prisa pero sin pausa, anónimo.
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