miércoles, agosto 02, 2006

Viaje al sur


Viajé al sur, de trabajo y para ver si dejaba por allá algo del pesado equipaje.

Nota: En diciembre me robaron mi cámara y no pude tomar fotos haré lo mejor que pueda con las palabras.

Sobre Chile:

Fue impresionante llegar por la tarde a ese país, la cordillera estaba encapuchada con nieve y las faldas de las montañas estaban cubiertas de una piel morena, roja y arrugada. Sobre ese telón se empezó a ver la sombra diminuta del avión, luego se veía lejos pero igual de grande al aparato y finalmente cuando aterrizamos su fundieron la sombra y el aparato como si esa cosa que nos llevaba adentro se hubiera puesto en paz consigo misma.

Una ciudad llena de edificios con espejos, organizada, limpia y brillante, básicamente aburrida, por lo menos en la parte donde nos quedamos. Un hotel Express.

Tomás nos emborrachó la primera noche en La Catedral. Unas horas después nos fuimos para Val Paraíso, una ciudad costera con tono de melancolía que no tenía nada que ver con mi estado post Piscola (trago típico chileno) aunque yo pensé que sí.

Ese día estuvimos muy silenciosos, el paisaje no invitaba a más, el mar era del verde de aquellos ojos verdes, los de mi mamá. Justo llegamos a la caleta del membrillo un restaurante muy típico donde estaban unos músicos de esos que dedican canciones en las mesas con sacos de lana virgen y un sonoro amplificador, Tomas quería salir corriendo de ahí pero a nosotros los extranjeros nos parecieron hermosos. Todos cantaban y aplaudían y lo mejor frotaban la concha de la buena suerte. (Eso a mi me sonó vulgar, pero es una práctica cotidiana)

Esa noche un poco más de vino en un bar y luego a trabajar y luego a un bar y al otro día, viernes, a trabajar y luego a comer ostras en Azocar (creo) y mucho vino blanco, de ahí salimos a un bar en la zona bohemia de Santiago: Bellevista y bailamos hasta las cuatro de la mañana, F. se encontró con un amigo y se fue. Yo creí que me enamoraba, visité algún barrio residencial de Santiago y llegue al hotel Express a pedir que no me pasaran llamadas porque mi jefe me puso una cita con un señor que me iba a explicar una metodología para el análisis de noticias a las 10:00 a.m.

El sábado recorrimos el centro de Santiago en una tarde gris. Yo ya estaba jarta de comer bichos de mar extraños, hasta ese día había probado el erizo, los locos, las machas, los picorocos, el tiburón, las ostras, eso si deliciosas, bueno y pedí pizza o hamburguesa una comida de verdad, luego fui al cumpleaños de un niño bien de Santiago, igualitico al cumpleaños de Manolo Iturralde en el Park Way, el barrio igual, el apartamento igual, el ambiente igual eso me impresionó, claro los colombianos un poquito más animados pero en esencia igual. Luego, una gran integración oficinesca al ritmo de Agarrensé de las manos del Puma, así llegue a mi hotel unas horas antes de tener que tomar un vuelo para Buenos Aires.

Continuara…

1 comentario:

Andres Palma dijo...

pues sí, santiago es una ciudad aburrida, pero presumo que ese es un mal nacional de nosotros los chilenos: muy poco dados al disfrute de la vida. Si hasta el viernes (cuando nos perdimos por quedarnos en ese bar tan plástico mientras ustedes iban a Bellavista) yo estaba preocupado de la agenda de obligaciones familiares sabatina que partía a las 9am. En fin. Fue un encanto conocerles y ya veremos si nos encontramos nuevamente. Acá. O allá.

Andrés Palma